Todas estas actitudes tienen como denominador común que el perro toma la iniciativa y el dueño obedece. Sin necesidad de palabra alguna, el animal siente que tiene el control de la situación, es decir, el poder.
Sin embargo, en algún momento de la convivencia el dueño suele pedirle a su compañero que haga algo. Si es del agrado del perro, cumplirá la orden sin problema. En realidad lo hará porque él desea hacerlo y no por respeto a su propietario. Por el contrario, si esa orden no es de su agrado, no obedecerá. Si el dueño se enoja y lo reprende, el perro posiblemente le gruñirá. Si la persona no entiende el mensaje y continúa en su accionar, muy probablemente termine mordida por su propio perro.
A diferencia de lo que la mayoría de la gente cree, el castigo físico al perro agresivo no suele ser eficaz para resolver el problema. Esto se debe a que el perro considera que es él el dominante del grupo y, por este motivo, no sólo no aceptará el castigo sino que probablemente reaccionará con mayor agresividad.
El método más adecuado para resolver este comportamiento indeseable consiste en demostrarle al perro no que uno tiene más fuerza que él sino más poder. El camino más sencillo es suspender caricias y todo tipo de interacción con el perro, a menos que el animal obedezca una orden. En ese caso recibirá su premio, es decir, una caricia. En un comienzo los pedidos realizados al animal deben ser de su agrado para que obedezca. Luego, y a medida que se observan resultados positivos, se debe aumentar el grado de exigencia. De esta forma el perro aprenderá que hay que trabajar para poder sobrevivir y que el encargado de "pagarle" por la tarea es su propietario, quien a partir de ese momento se habrá convertido en el verdadero jefe del grupo
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