Jessica Bennet
Especial

Les ponemos nombres y los malcriamos. Los describimos como gruñones, sensibles o manipuladores. Son nuestras mascotas. Tendemos a atribuirles características humanas, y es por ello que, para observar la naturaleza de manera objetiva, los científicos se esfuerzan por no antropomorfizar los animales.

Por eso, cuando decimos que un perro se "manda la parte" o que un gato es tímido, los especialistas sonríen.

Pero en los últimos años se ha hallado pruebas que muestran que, después de todo, los animales tienen personalidad.

Según Samuel Gosling, psicólogo de Texas, se considera que los chimpancés son concienzudos, ya que piensan y planifican antes de actuar, y pueden controlar sus impulsos.

Del mismo modo, numerosas investigaciones han identificado rasgos de personalidad similares en otras especies de animales.

Las implicaciones de estos descubrimientos son poderosas para el campo de las investigaciones sobre la personalidad humana, pues ahora los científicos pueden consultar estudios con animales para entender a las personas. Estos estudios han empezado a esclarecer la forma en que distintos tipos de personas responden a medicamentos y tratamientos (por ejemplo, las ratas agresivas y pasivas reaccionan de diferente manera a los antidepresivos).

Es posible que las investigaciones permitan predecir, con base en la personalidad, cómo responderá un sujeto en una situación que provoque estrés o temor. Si se logra establecer fundamentos sólidos para las pruebas de personalidad, será posible conocer muchísimo más sobre el origen de la misma.

Iván Pavlov realizó su célebre trabajo con perros a principios del siglo XX, pero los estudios sobre la personalidad animal permanecieron inertes durante décadas.

Ahora, el campo empieza a recuperar bríos. En un estudio con moscas de la fruta, investigadores del Departamento de Genética de la Universidad Estadual de Carolina del Norte descubrieron que algunas son más agresivas que otras, amenazan y abusan físicamente más que las demás, llegando al extremo de patear y empujar (sí, las moscas patean). Del mismo modo, una investigación de la Universidad de Guelph analizó diferencias entre truchas arco iris y observó que algunas son más aventuradas que otras al buscar alimento. Nuevas investigaciones, incluido un artículo del mes pasado de la revista Nature, afirman que observaciones de más de 60 especies animales demuestran la presencia de lo que sólo puede considerarse como "personalidades". Y no es un mero accidente de la naturaleza, dicen los científicos de la Universidad de Groninga, en los Países Bajos, sino una estrategia evolutiva.

Los animales poseen ventajas obvias como sujetos de estudio. Es difícil estudiar a los humanos durante toda su vida, amén de que estos son mucho más complejos (los psicólogos deben tomar en cuenta los objetivos, valores, capacidades y actitudes de una persona, así como su estado físico y corporal, estado de ánimo y antecedentes personales).

Pero al colocar a animales con personalidades específicas en situaciones específicas (aislamiento o un ambiente social) y ponerlos a prueba, los científicos pueden determinar cómo influyen los rasgos de personalidad en la respuesta a enfermedades. Algunas investigaciones han empezado a usar animales para estudiar trastornos de personalidad provocados por el estrés, como el postraumático, la fatiga crónica y la depresión, informa Jaap Koolhaas, fisiólogo holandés.

Al colocar una rata macho dominante en una situación de derrota social (introduciéndola en el territorio de un congénere más fuerte), se ponen de manifiesto conductas características de la depresión que estos animales comparten con los humanos.

Los beneficios comenzarán a verse en un futuro próximo, a medida que los científicos empiecen a usar animales para despejar la incógnita de cómo la interacción de la genética y el ambiente influye en la formación de la personalidad de un individuo. Hasta ahora, deben recurrir a observaciones de gemelos idénticos educados en ambientes distintos.

Sin embargo, es posible clonar animales para criarlos en ambientes sistemáticamente variados. En experimentos con monos que padecen el equivalente animal del Sida, los sujetos sociables se mantienen en mejores condiciones cuando interactúan con otros monos, mientras que los que son mantenidos en aislamiento (como humanos en un hospital) empeoran, dice Gosling. Ese es el tipo de efecto que los científicos podrán estudiar más ampliamente. Quizá en eso estribe la ventaja de descubrir que los humanos no somos tan únicos como creíamos.

Artículo extraído de la revista Newsweek Argentina que se distribuirá desde mañana, como compra opcional con el diario.